En abril de 2017, un equipo de investigadores del Hospital Infantil de Filadelfia (CHOP), en Pensilvania, EEUU, copó los titulares de la prensa internacional con un útero artificial en el que habían hecho crecer hasta ocho corderos durante unas semanas. Ahora, ese grupo de investigadores está preparando su tecnología para que pueda usarse en humanos y ha solicitado a la agencia reguladora estadounidense la aprobación para llevar a cabo los primeros ensayos clínicos.
Un par de años más tarde, en 2019, varios miembros del equipo de CHOP pasaron a formar parte de la ‘startup’ Vitara Biomedical, también con sede en Filadelfia, que desde entonces ha conseguido levantar más de 100 millones de dólares para desarrollar su útero artificial.
Su dispositivo se llama Entorno Extrauterino para el Desarrollo del Recién Nacido o EXTEND en sus siglas en inglés. Y sus creadores aseguran que la tecnología no busca desarrollar bebés durante toda la gestación, sino ofrecer una simulación de un útero natural que permite la supervivencia y el crecimiento sano de los bebés extremadamente prematuros. Es decir, los que han alcanzado menos del 70% de su desarrollo y no llegan a las 28 semanas de gestación.
La tecnología ya probó su eficacia en 2017 con corderos. Los investigadores mantuvieron a los animales en el sistema durante cuatro semanas y en ese tiempo tuvieron una gestación normal, les brotó lana y sus pulmones y cerebros crecieron hasta estar maduros. Ahora, dicen, EXTEND está listo para el siguiente paso y demostrar su efectividad en humanos.
La revista Nature asegura que los días 19 y 20 de este mes, la FDA, el organismo regulador en cuestiones de sanidad y alimentación de EEUU, convocará una reunión de asesores independientes para evaluar las consideraciones normativas y éticas de los ensayos en humanos de EXTEND. Si Vitara consigue el visto bueno de los reguladores y su dispositivo funciona como dicen, será un paso de gigante para una tecnología que hasta ahora no era más que una fantasía de ciencia ficción.
Cómo funciona
El mayor problema de los bebés prematuros suele estar en sus pulmones y su cerebro, que son de los últimos órganos en madurar por completo. Un útero natural proporciona oxígeno, nutrientes, anticuerpos y señales hormonales y puede eliminar los desechos que se forman a través de la placenta.
Con el nuevo útero artificial los bebés extremadamente prematuros se colocan en una bolsa llena de un líquido cargado de electrolitos que simula al líquido amniótico. Luego, los cirujanos conectan los vasos sanguíneos del cordón umbilical del feto a un sistema que oxigena la sangre fuera del cuerpo y que permite que su corazón siga bombeando sangre de manera natural.
Este es precisamente el paso más complicado. Según apunta la revista cientíica, hacer la conexión con los vasos sanguíneos del cordón umbilical es difícil, porque las arterias son muy pequeñas y se contraen cuando nace el bebé. Eso le deja muy poco tiempo a los cirujanos que tienen que conectar los vasos sanguíneos al sistema en cuestión de minutos.
Aunque los investigadores de CHOP son los que más cerca están de los ensayos en humanos, no son los únicos que están desarrollando úteros artificiales. Según Nature, hay grupos en España, Japón, Australia, Singapur y los Países Bajos que también están trabajando en tecnologías similares.
Una caja de pandora de problemas éticos
La gran pregunta ahora es de dónde salen los datos necesarios para conseguir la aprobación de los ensayos clínicos en humanos. A pesar del éxito con animales, los fetos de corderos, cerdos o chimpancés no son iguales a los nuestros. El sistema tendría que estar perfectamente adaptado a bebés de nuestra especie y aun así habría que hacer una enorme trabajo de preparación para eliminar al máximo posible los fallos en los experimentos.
Matthew Kemp, obstetra de la Universidad Nacional de Singapur, asegura en declaraciones para Nature que «desde un punto de vista ético, no hay datos suficientes» para justificar el inicio de ensayos en humanos, a menos que «alguien tenga un montón de datos sin publicar».
Otros investigadores se plantean directamente si estos sistemas son realmente necesarios. Michael Harrison, cirujano fetal de la Universidad de California en San Francisco y considerado el padre de la cirugía fetal, es uno de ellos. Harrison afirma en declaraciones para la revista científica que los datos que ha visto hasta ahora son prometedores, pero duda que «invertir tanto dinero y tecnología» en bebés con pocas probabilidades de sobrevivir sea mejor que hacerlo en buscar formas de mejorar el apoyo al embarazo o las técnicas actuales de cuidados críticos prematuros.
La patata caliente la tiene ahora la FDA, que en los próximos días tendrá que decidir si da luz verde o cierre la puerta a esta tecnología tan controvertida.